domingo, 21 de febrero de 2010

Sigo viendo personas con vendas
-yo que en mi pequeño
drama personal de pie doblado
voy por la calle
como una señora de vidrio-

y abuelas
que suben al bondi con cuidado
abuelas arrimadas a las casas con sus bolsas
viejitas de manos transparentes,
viejitas amarillas, despaciosas, como si la lentitud
fuese el modo suyo de aplazar la muerte.

Señoras infinitas, por las calles
hoy me siento una de ellas:
me duele el cuerpo
y quiero estar en otra parte.

En el patio,
los bulbos florecieron.
Quién tuviera
la fuerza concentrada,
la noche entera para verlos
abrirse poco a poco;
una lentitud así
de exacta y bella
para ser de la noche
a la mañana una flor nueva