viernes, 11 de junio de 2010

Una voz grabada dice: se cierra la puerta.
La gente bosteza y entra en el cuadrado
que sube y que se enlaza a su modo con el cielo.

Por un momento,
todos miran sus zapatos
y luego al techo y las luces tubulares.

Cada cabeza disiente como puede,
pero en el ascensor todo parece
la gran aceptación de una condena.

La voz grabada dice: séptimo piso,
entonces bajo y miro en la ventana
otro edificio que al lado se construye.

Los hombres ahí, también bostezan:
el aliento hace un dibujo que se pierde;
sus cascos brillan al sol que sale enfermo,
que sale y que sube para afirmarlo todo
el hombre de seguridad pasa la noche en la torre
cuidando el sueño seco de las computadoras
único reflejo en las ventanas sucesivas
busca atrás del vidrio una camisa hermana
blanca, fantasmal, como la suya

ciudades verticales vaciadas por la hora
una que otra luz, y ningún ruido
salvo el motor llano del aire encapsulado

abajo ladran; lo sabe por los cuellos
que estiran hacia el cielo los perros en la calle;
lo sabe con la frente pegada al vidrio frío
ahora que amanece la marca del aliento