miércoles, 7 de julio de 2010

la chica de la lavandería llora en chino,
mira sin ver los lavarropas
ni la serpiente del teléfono enroscada

¿qué shangai o chinatown hilvana ahora
esa voz entre pequeños huracanes de vestidos?

esta mañana, las vendedoras de chipá
abrían los ojos más que nunca
llevándose una mano hacia la cara

tampoco supe entonces el por qué de su emoción
al pasar con las manos guardadas en el saco
mirando intensamente los umbrales
las ventanas las puertas las vidrieras
y en todas mi reflejo, su sorpresa

ya es de noche y el bebé del carnicero,
subido al hueco de metal de la persiana
como en un juego de plaza, no sabe
que el día termina, su padre sonríe
soltando el delantal y la sangre de las vacas
Pierdo o hago o mato tiempo
junto al corral de los perros que trajeron
los paseadores de oficio a ladrar a la plaza.
Es el tiempo entre horarios,
una nube muy alta.

En el colectivo, no sé acomodarme.
Ni saben estos ojos atrapar el día.
De la gente a mis zapatos; de la ventana
al caño amarillo al que me agarro,
la mirada no encuentra a lo que asirse.

Y va a ser esto nada más
lo que me lleve hoy a la cama:
un hueso escondido entre las cosas
que vi y que en el sueño espero hallar
ardorosamente enloquecidas.

viernes, 11 de junio de 2010

Una voz grabada dice: se cierra la puerta.
La gente bosteza y entra en el cuadrado
que sube y que se enlaza a su modo con el cielo.

Por un momento,
todos miran sus zapatos
y luego al techo y las luces tubulares.

Cada cabeza disiente como puede,
pero en el ascensor todo parece
la gran aceptación de una condena.

La voz grabada dice: séptimo piso,
entonces bajo y miro en la ventana
otro edificio que al lado se construye.

Los hombres ahí, también bostezan:
el aliento hace un dibujo que se pierde;
sus cascos brillan al sol que sale enfermo,
que sale y que sube para afirmarlo todo
el hombre de seguridad pasa la noche en la torre
cuidando el sueño seco de las computadoras
único reflejo en las ventanas sucesivas
busca atrás del vidrio una camisa hermana
blanca, fantasmal, como la suya

ciudades verticales vaciadas por la hora
una que otra luz, y ningún ruido
salvo el motor llano del aire encapsulado

abajo ladran; lo sabe por los cuellos
que estiran hacia el cielo los perros en la calle;
lo sabe con la frente pegada al vidrio frío
ahora que amanece la marca del aliento

jueves, 22 de abril de 2010

De vez en cuando paso por la casa de antes
y en la vidriera de zapatos ortopédicos
miro las manos de un muñeco vendado.

Hace mil años que está ahí.
Sólo le han ido cambiando el escenario:
columnas de yeso con zapatos,
enanos de jardín entre muletas,
una guirnalda navideña que celebra
la prosperidad del negocio y la renguera.

No sé qué me asombra más: si lo que cambia
o lo que permanece;
pero qué alivio pensarlo en ojotas,
con una flor en la cabeza
hoy que es verano.

domingo, 21 de febrero de 2010

Sigo viendo personas con vendas
-yo que en mi pequeño
drama personal de pie doblado
voy por la calle
como una señora de vidrio-

y abuelas
que suben al bondi con cuidado
abuelas arrimadas a las casas con sus bolsas
viejitas de manos transparentes,
viejitas amarillas, despaciosas, como si la lentitud
fuese el modo suyo de aplazar la muerte.

Señoras infinitas, por las calles
hoy me siento una de ellas:
me duele el cuerpo
y quiero estar en otra parte.

En el patio,
los bulbos florecieron.
Quién tuviera
la fuerza concentrada,
la noche entera para verlos
abrirse poco a poco;
una lentitud así
de exacta y bella
para ser de la noche
a la mañana una flor nueva

lunes, 4 de enero de 2010

la vida
parece disparada
de este paisaje casi quieto

una moto cruza sola el mediodía
la escucho apenas
y adivino su sentido
mientras las nubes
avanzan desde el río
como una tropa lenta

en cuestión de minutos,
va a ponerse todo blanco
y yo en la bicicleta
también voy a perderme
en el supuesto silencio con mis llaves
el paisaje cambió de un año al otro

el arroyo creció tanto
ahora es todo un río
desemboca en el mar mucho más lejos

los bañeros no aconsejan
cruzar por si de pronto
el agua sube todavía

ya no iremos, entonces, del otro lado
como evacuados felices
con las cosas de la playa en la cabeza

habrá que ir por la orilla
hasta la bandera que indica
que el mar es bueno

o quedarse en el arroyo e imitar
a los cangrejos en el borde del agua

(espero que esto no se vuelva
metáfora ni síntoma de nada)