miércoles, 7 de julio de 2010

la chica de la lavandería llora en chino,
mira sin ver los lavarropas
ni la serpiente del teléfono enroscada

¿qué shangai o chinatown hilvana ahora
esa voz entre pequeños huracanes de vestidos?

esta mañana, las vendedoras de chipá
abrían los ojos más que nunca
llevándose una mano hacia la cara

tampoco supe entonces el por qué de su emoción
al pasar con las manos guardadas en el saco
mirando intensamente los umbrales
las ventanas las puertas las vidrieras
y en todas mi reflejo, su sorpresa

ya es de noche y el bebé del carnicero,
subido al hueco de metal de la persiana
como en un juego de plaza, no sabe
que el día termina, su padre sonríe
soltando el delantal y la sangre de las vacas
Pierdo o hago o mato tiempo
junto al corral de los perros que trajeron
los paseadores de oficio a ladrar a la plaza.
Es el tiempo entre horarios,
una nube muy alta.

En el colectivo, no sé acomodarme.
Ni saben estos ojos atrapar el día.
De la gente a mis zapatos; de la ventana
al caño amarillo al que me agarro,
la mirada no encuentra a lo que asirse.

Y va a ser esto nada más
lo que me lleve hoy a la cama:
un hueso escondido entre las cosas
que vi y que en el sueño espero hallar
ardorosamente enloquecidas.