El otro día nadé con un ciego; 
lo vi colgar del borde en lo hondo, 
la cara casi contra el azulejo, y nadar luego 
lento...lento... 
Golpeaba el agua con los brazos juntos 
pateaba poco y sacaba la cabeza
sólo cuando estaba por ahogarse, parecía.
A pesar de lo ampuloso de su estilo, 
la convivencia en el andarivel fue buena, 
lo cual, hay que decirlo,
no siempre sucede en las piletas. 
Aunque yo nada aprendí de la experiencia,
lo cierto es que este hombre sigue hoy 
agarrado del borde en mi cabeza 
y esta permanencia 
debe querer decir alguna cosa 
que yo no estoy pudiendo
poner en palabras.
lunes, 25 de mayo de 2009
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